“Justicia poética” es un texto que fue escrito hace cuatro años (2013), en la ciudad de Córdoba, después de un robo, un robo que, diferente de muchos otros, no dejó grandes traumas ni tampoco me llevó todo lo que tenía. O sea, que después de haberlo vivido, tuve condiciones de pensar con tranquilidad a punto de poder imaginar cosas y mismo escribir de la forma como lo hice. Pero, conforme ha pasado el tiempo, unx empieza a ver las cosas de forma diferente y mismo cuestionarse cerca de los conceptos que moviliza, cerca de una semántica y de ciertos valores. El choque y el cuestionamiento que pasé a observar en la recepción de este texto, me ha mostrado algo muy interesante cerca de cómo, por vía del estético, en diferentes personas, si puede lograr un efecto reflexivo y valorativo distinto.
El texto, al final, quizás justamente por la forma libre y suelta en que fue escrito, más que un poema anecdótico, pasa a ser valorado como un disparador de cuestiones. De forma que su título, hoy, podría ser distinto y llamarse algo como “La encrucijada semántica”, entre otros. Un texto que más allá de su construcción o idea, hoy, me interesa cuando contemplado desde el punto de vista de la recepción, con todo lo que puede generar a cada unx. Unx, por ahí, podría arrancar preguntándose: ¿justicia poética? Pero: ¿justicia??!! ¿y, para quién? De inicio ya vemos algo que nos coloca una cuestión problemática: ¿esa redistribución de la cultura, de la poesía en este caso, podría mismo hacer justicia a toda la privación de los jóvenes en cuestión? Qué tipo de presunción sería la nuestra a punto de pensar que lo que ofrecemos a ellos, la cultura letrada de la poesía, pueda ser algo que ellos no tienen, o mejor, algo que les falte, como si no tuviesen cultura ninguna, sea de la misma poesía, sea de la canción popular, sea del proprio robo? Pensar en esta “justicia poética” no sería quizás una forma elitista de nuestra cultura de dar voz a su creencia en el valor superior de cierta forma de conocimiento? Además, y aquí concluimos, que significará “Justicia” para ellxs, en su mayoría excluídxs de los principales medios culturales y de consumo, que quizás sólo la reciban en forma de intimación judicial, condenación o de la rutinaria violencia del Estado? Qué texto, entonces, sería capaz de borrarles la idea de una justicia para pocos o mismo injusta y además, que texto sería verdaderamente capaz de hacerles justicia? (Si es que existe una).
Justicia poética
En una inhóspita madrugada
en la calle Vélez Sarsfield,
éramos tres yendo rumbo a casa,
distraídos,
mientras cantábamos canciones casi olvidadas,
cuando tres chabones en una moto, de la nada,
con gritos nos interpelaron,
y un diálogo me atravesó
sin que pudiera comprender nada.
Mis compañeros, apenas escucharon lo que pasaba,
se tomaran el palo,
antes que yo tuviera tiempo de cachar la huevada.
Yo, por mi cuenta, más tranqui,
(cuando me falta opción me pongo esa máscara),
preferí encarar la situación y ver qué pintaba
en vez de ser un tercero en darles la espalda.
Así que fui al encuentro de aquellos
que avanzaban en mí dirección,
y con ojos abiertos busqué el fuego en los suyos,
pero, antes que pudiera ver cualquier cosa,
un par de brazos me envolvieron
y en el aire me puse, a bailar flexible, con ellos,
sin ofrecer resistencias,
hasta que un puñetazo avanzó cortando el aire,
piña que, por ahí, en su trayecto perdió fuerza,
porque la recibí como a una caricia excitada.
Fue cuando, frente al pibe y sus amenazas desesperadas –
que ya me empezaban a quemar la cabeza,
otra vez, por puro cálculo –
ofrecí los bolsillos de mi pantalón, abriéndolos,
para que se llevase todo lo que tenía:
“- llevá, llevá, es lo que querés, no? llevá!”,
así lo hice, hablando con convicción,
porque sabía que en esos bolsillos
solían estar las cosas del día:
un apunte, un vuelto, una llave.
Agobiado, estaba a punto de preguntarle si quería ayuda,
ya que el chabón parecía un tanto nervioso,
cuando finalmente su mano entró, sacándola muy pronto,
junto con sus piernas que veloces empezaron a buscar la moto.
Casi al fin de su carrera hasta ella,
cuándo el chico se encontraba a punto de subirse,
se escuchó un Pláff!!
la plata de su mano se había caído en medio del camino,
y cuando yo, otra vez, empezaba a aburrirme
por ese mambo casi interminable,
la sorpresa: él no quiso volver para buscarla,
y siguió. – Dale, dale, dale!
(y en marcha acelerada se esfumaron los tres
por los horizontes de Vélez Sarsfield).
Agitado, llegué a la esquina de mi casa,
en donde mis amigos huidizos me esperaban.
Mientras subíamos por el ascensor empezamos a pensar,
o mejor, yo, el choreado, me cuestionaba:
¿Qué me habrán llevado?
La mochila estaba intacta,
los papeles todos en los bolsillos de atrás.
Entonces, un enigma se instauró
a punto de hacerme pensar
si realmente, además del miedo, me habrían llevado algo.
Hasta que me acordé de un regalo
que había recibido esa misma noche en un bar,
unas horas antes:
un disco que tenía todo un libro de poemas
escritos por una matriarca.
Y con esto tuve una súbita revelación,
y todo lo sucedido recobró un nuevo sentido:
el nerviosismo del chico,
la plata abandonada, la caricia –
al final, todo parecía ser secundario,
pues, quizás, lo que buscaban no era plata
sino un poco de poesía.
Por Jean Palavicini
Casilla de correo: Jeanpalavicini@gmail.com