SÁBADO 18 DE ABRIL DE 2020:
Tengo arriba de la biblioteca un cactus casi muerto en un pote de helado con dibujos de
Milo Locket, lo miro y me da rabia, transmite desidia, pero se queda ahí.
No puedo tener plantas dentro del departamento, mi gata se ocupa irremediablemente de
hacerlas desaparecer, le come las hojas, tira las macetas, escarba la tierra. A las de afuera ,
que están exuberantes, casi no las toca, como si exigiera exclusividad de ser vivo no
humano dentro de la casa.
Cuando mi hermana me dio el cactus, de un verde resplandeciente, pensé que la gata no se
iba a acercar, que le iba a tener respeto, pero no, desafiando todo peligro, se dedicó a
morder sus espinas filosas, y yo preocupada, lo puse arriba de la biblioteca.
Pero mis libros no quieren a las plantas tampoco, se ponen mustias, se decoloran, agonizan
meses. No es por descuido, entra luz solar , las riego, pero inexorablemente mueren allí.
Nunca había pensado por qué antes, esto del encierro forzoso nos hace más metafísicos
parece.
Pienso, que igual que la gata, es probable que los libros disputen mi atención con la escasa
vegetación interior. ¿Qué guerras energéticas se libraran? siempre ganan los libros,
imponen su inmensidad de palabras y caracteres, su tinta amarga, el polvo del tiempo, y
vencen, siempre vencen.
Tengo que aprovechar la cuarentena para liberar el cactus moribundo del aura maléfica de
mi biblioteca, quizás afuera sobreviva, o no, pero tendrá una muerte digna, rodeado de otros
como él, mecido por la brisa y la tibieza del sol.
Por Ceci Oliveras.
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